lunes, 15 de septiembre de 2014

Nada es eterno.

Los días de nostalgia y sensaciones, los días de sentimientos enfrentados y pasiones frustradas, esa brújula que gira sin parar hacía ningún lugar, esperando encontrar ese norte desorientado por momentos.
Yo, esa niña que nunca quiso crecer, pero a la que le tocó madurar, esa pequeña que perdía la noción del tiempo detrás de un balón, aquella, cuya única preocupación era no romper los pantalones para evitar las regañinas al llegar a casa y su única responsabilidad ir al colegio, para absorber todo cuanto aquellas personas implicadas en darme lecciones de libros quisiesen enseñarme, qué tiempos aquellos...
Crecí, inevitablemente, campanilla creció, aunque no quiso. Dejó de llamar la atención de los mayores cuando se caía para aprender a calmar su llanto cuando lloraba. Salió del nido, por segunda vez, y dejó la comodidad en la que estaba inmersa, para saber que la vida no es de color de rosa, pero tampoco una gama de grises y negros; para aprender que si una cosa es gris, tú no puedes modificar el color que tiene, pero sí, el color que le ves.
Hoy, esa niña en proceso de madurez, aprendió a crecer por dentro para que los resultados se viesen por fuera, se enamoró, para ver las dos caras de una moneda, pero no volvió a lanzarla al aire, esta vez, la puso en suelo firme, consecuente de que puede salir cruz pero siempre podemos volver a lanzarla, hasta obtener la cara que buscamos. Esa niña aprendió a no creer en los cuentos de hadas y a fraguarse esa realidad que según la mires puede ser mejor que los cuentos, aprendió que vida hay una y nosotros somos los protagonistas, que tenemos la opción de escribir nuestra historia o permitir que otros la maquillen a su antojo, aprendió que el tiempo vuela y hay que aprovecharlo, que se vive una vez, pero se puede morir mil veces, aprendió que el ser humano es muy complejo y ostentoso, pero lo realmente importante es ser el hombre sencillo que disfruta de las cosas que son gratis, puesto que, ese hombre vive la vida como un regalo, y por último, aprendió que somos lo que decidimos ser y volviendo a esa niña que fui y a la persona en formación que soy, yo decido ser feliz.
No se puede detener el tiempo o cambiar la dirección de las manijas del reloj, pero puedo dar sentido a cada hora, minuto o segundo que transcurre, haciendo de ellos, momentos llenos de instantes únicos e irrepetibles.